lunes, 5 de junio de 2017

Predicar en el desierto


Desde que descubrí la obra de Alice Miller me he dedicado al "proselitismo". Necio de mí. Nadie quiere saber la verdad. La inmensa mayoría de las personas preferirían que les clavaran astillas debajo de las uñas o que les quemaran los pies con brasas ardientes antes que asumir que sus padres no son unos seres maravillosos, que no los quisieron como ellos necesitaban. Es así. La sociedad está montada así. Los grandes beneficiados son los malos padres, que obtienen el cariño y el respeto que no se ganaron. Los grandes perjudicados son los hijos maltratados, que al no poder dirigir su odio contra los verdaderos culpables acaban odiándose a sí mismos. De esta forma el trastorno mental permanece de por vida, sin ninguna posibilidad de curación. 
No han sido pocos los problemas que he tenido con lo del proselitismo. Un amigo que padece un severo trastorno de la personalidad me acusó de decir cosas horribles de su madre y dejó de hablarme durante meses. Yo sólo trataba de hacerle ver que sus problemas mentales habían sido provocados por su madre, que no le habían tocado en una lotería genética. La reacción fue casi violenta. Es inútil. Predico en el desierto. Ahora comprendo lo que debió sufrir Alice Miller ante la indiferencia de la comunidad científica.
Hace poco tuve otro encontronazo por este mismo asunto. Se trataba de una bloguera, admirable por otra parte. Esta chica narra en su blog las dificultades de vivir con un trastorno mental. Lo primero que me llamó la atención en su blog es la cantidad de veces que repetía que sus padres habían sido unos progenitores admirables y que la condena de sufrir un trastorno mental se debía únicamente a una cuestión biológica. Había heredado el trastorno mental en sus genes, según ella. Pero a la par que decía esto nos regalaba con párrafos realmente esclarecedores:

"Desde pequeña tenía que hacer todo lo que mis padres querrían aún sin pedírmelo, además  me auto proclamé cuidadora de ellos, especialmente a nivel psicológico.  
 Yo no importaba, solo que mis padres estuvieran bien y solo así yo estaba bien. Buscaba y hacía lo que pudieran necesitar ,siempre pendiente, era  su sombra.
Me adelantaba a sus necesidades y buscaba decir lo que necesitaban oír."

Esclarecedor,¿verdad? Pues bien, intenté hacerle ver a esta chica lo que se parecía ese párrafo suyo a este de Alice Miller, de "El drama del niño dotado":

"La adaptación del niño a las necesidades de los padres conduce a menudo al desarrollo de la "personalidad como si", o el falso Yo. La persona desarrolla una conducta en la que sólo muestra lo que de ella se desea, y se fusiona totalmente con lo mostrado. El verdadero Yo es incapaz de desarrollarse porque no puede ser vivido. Las necesidades de los padres son lo único que importa, y así el niño es sacrificado y se mata todo lo que de espontáneo y vital había en él. Los padres, al utilizar al niño en vez de amarlo, encuentran en el falso Yo del niño la aprobación que buscaban, la seguridad que les faltaba. El niño, en cambio, desconoce sus verdaderas necesidades y es un extraño para sí mismo. Al niño se le prohibieron todos los sentimientos que causaban desconcierto a sus inseguros padres, como la ira, la rabia o la tristeza, y ahora el niño ya no sabe sentir, su alma fue cruelmente mutilada. El niño reniega de sus más profundos sentimientos porque sabe que le ocasionarían la pérdida del amor de sus padres, y eso para él equivale a la muerte. Porque sus padres no lo quieren a él, sino a su falso Yo, ese niño que se desvive por la felicidad de sus padres, pero que no sabe en qué consiste su propia felicidad."

Fue inútil. Su reacción fue también "violenta", concretamente bloquearme en su blog. Esta chica, como diría Alice Miller, "no quiere saber nada de su propia historia, y, por consiguiente, tampoco sabe, que en el fondo, se halla constantemente determinada por ella, porque sigue viviendo en una situación infantil no resuelta y reprimida. No sabe que teme peligros que dejaron de existir hace mucho tiempo".
Es inútil. No intenten convencer a nadie de que Alice Miller tenía razón. Resérvense ese conocimiento para ustedes mismos, pero no lo compartan, nadie les entenderá, nadie querrá entenderles.


lunes, 6 de marzo de 2017

Debilidades en la obra de Alice Miller

El conocimiento que nos aporta Alice Miller tiene un enorme valor. Pero, ¿cuáles son sus puntos débiles? ¿En qué se equivoca o no acierta del todo? En esta entrada pretendo exponer mi humilde opinión sobre el tema.

Anclados en el pasado

Esta es quizás la mayor crítica que se le puede hacer a Alice Miller. "Mis padres me jodieron la vida". "Mis padres me jodieron la vida". "Mis padres me jodieron la vida"... Y así indefinidamente. Las teorías de Miller se centran en el pasado, en el daño que nos hicieron, y no tanto en lo que podemos hacer de ahora en adelante. Sin duda es esencial saber de dónde venimos, por qué somos como somos, y quién nos hizo daño en el momento en el que más necesitábamos de afecto y de ternura. Pero la tentación de hacer un bucle con esa pasado trágico y rememorarlo continuamente es considerable. No nos va a ayudar anclarnos en el pasado. Debemos pasar página. Aunque por supuesto ese pasar página no implica necesariamente perdonar.

¿Fuera antidepresivos?

El rechazo de Miller ante los antidepresivos y tranquilizantes siempre fue total. A nadie le cabe la menor duda de que una terapia eficaz es la mejor solución a la mayoría de los trastornos mentales. Pero,¿quién puede acceder a una terapia eficaz? El nivel de la mayoría de los psicoterapeutas españoles (y en otros países me imagino que la cosa no será muy distinta) es paupérrimo. Y si uno no ha tenido la fortuna de encontrar un psicoterapeuta brillante el consejo de Alice Miller de dejar la medicación es temerario. La medicación nos ofrece la posibilidad de sentir un discreto amor por la vida, y sin ella muchas personas acabarían en la desesperación o el suicidio.

¿El cuerpo nunca miente?

Leyendo las obras de Alice Miller, uno casi tiene la sensación de que si no existiese el maltrato infantil no existirían las enfermedades. Miller parece explicar la génesis de la mayoría de las enfermedades por medio de la represión del conocimiento del propio maltrato en la infancia. Sin duda es una hipótesis fascinante, y que en muchos casos es cierta, pero habrá otros muchos casos en que no lo sea. Miller resulta algo simplista al explicar su teoría del "conocimiento del cuerpo". A pesar de ello, su teoría del "conocimiento del cuerpo" debería ser estudiada en todas las facultades de medicina. Tendríamos médicos mucho más sensibles al verdadero sufrimiento de sus pacientes.

Miller, ¿la maltratadora?


Si confiamos en el testimonio de su hijo, Alice Miller fue una cruel maltratadora. ¿Cómo es posible esto en una mujer que dedicó toda su vida a luchar contra el maltrato infantil? En mi opinión, lo que ocurrió es que Miller nunca se curó de sus heridas emocionales. Es cierto que experimentó mejoría con ciertas terapias o con la práctica de la pintura, pero sus heridas eran tan profundas que nunca llegó a curarse del todo. Sólo así se explica que maltratase a su hijo. Creo que traspasado un cierto grado de maltrato la curación total es ya imposible. Un caso paradigmático sería el de Hitler. El maltrato al que le sometió su padre fue tan cruel y tan constante que las heridas eran ya incurables. Hitler era un animal herido de muerte que mató a millones de personas. En el caso de Miller, no me cabe duda de que nunca se restableció.

En cualquier caso, maltratadora o no, con equivocaciones o no, las teorías de Alice Miller sobre el maltrato infantil son fascinantes e imprescindibles. Todavía no ha llegado su hora. Actualmente su obra es ignorada por la mayoría de los profesionales. Pero tarde o temprano esa hora llegará, y entonces todos seremos mucho más felices.



viernes, 26 de agosto de 2016

La madurez de Eva: una interpretación de la ceguera emocional


Publicada en 2001 en alemán, Miller comienza esta obra recordando tres conceptos claves:
"Pedagogía negra": aquella educación encaminada a cercenar la voluntad del niño ya convertirlo en un súbdito obediente por medio del ejercicio del poder, la manipulación y el chantaje.
"Testigo auxiliador": es aquella persona que ayuda al niño maltratado y ejerce de contrapeso frente a la crueldad de su vida cotidiana. Puede ser un hermano, un maestro, la abuela, un vecino, etc. Gracias a este testigo el niño maltratado experimenta que el mundo existe algo parecido al amor. El niño glorifica la violencia cuando han faltado estos testigos auxiliadores. Es muy significativa la inexistencia de estos testigos auxiliadores en las infancias de dictadores como Hitler o Stalin.
"Testigo conocedor": ejerce un papel parecido al del testigo auxiliador pero ahora en la vida adulta del niño maltratado. Puede ser un terapeuta, un consejero o incluso un autor de un libro. Sin duda, Alice Miller ha sido ese testigo conocedor para miles de personas en todo el mundo.
Miller describe el mecanismo de la ceguera emocional en 6 puntos:

1. La pedagogía negra conduce a la renegación del sufrimiento y la humillación.
2. Esta negación, necesaria para la supervivencia del niño, posteriormente ocasiona una ceguera emocional.
3. La ceguera emocional levanta barreras en el cerebro (bloqueos mentales) para protegerse contra peligros (traumas pasados que quedan codificados en el cerebro como un peligro latente).
4. Los bloqueos mentales inhiben la capacidad adulta de aprender a partir de información nueva y de borrar los programas antiguos y caídos en desuso.
5. El cuerpo, en cambio, posee la memoria completa de las humillaciones padecidas, lo cual impulsa al afectado a infligir inconscientemente en la siguiente generación lo que él ha sufrido antaño.
6. Los bloqueos mentales dificultan la renuncia a la repetición excepto cuando la persona decide reconocer las causas de su violencia en su propia historia infantil.

A continuación Miller se pregunta por el mito de Adán y Eva. ¿Por qué Dios les prohíbe comer la manzana del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal?¿Acaso quería mantenerlos en la ignorancia?¿No es cruel Dios al prohibirles algo tan apetecible y al castigarlos después tan duramente? La razón de todo ello es que los autores de la Biblia fueron seres humanos educados en la pedagogía negra, para los cuales el castigo y el abuso de poder eran el pan de cada día de su infancia. Por ello crearon un Dios con evidentes trazos sádicos. Miller dice identificarse con Eva, ya que adivinó la injusticia de su situación y no admitió el mandamiento de "no conocerás", queriendo conocer la diferencia entre el bien y el mal y asumiendo la responsabilidad de su acto.

Desde los albores de la historia se ha considerado que los castigos eran la mejor forma de expulsar el mal del alma infantil. Y todavía hoy se sostiene con frecuencia esta opinión. Hoy en día ya no creemos, como se creía en la Edad Media, que ha sido el diablo el que ha dejado un niño en nuestra casa al que tenemos que enderezar a base de golpes. Pero sí creemos en teoría genéticas que son igualmente absurdas. Nadie puede explicar con teorías genéticas por qué en Alemania, 30 años antes de Tercer Reich nacieron tantos niños con instintos asesinos. La absurda opinión de que algunas personas nacen malas hoy se puede refutar científicamente. La formación del carácter de una persona dependerá de si en los primeros meses y años recibe cariño y comprensión o, por el contrario, malos tratos y rechazo, con lo que perdería la capacidad de empatía. Los neurobiólogos han descubierto que los niños que han sido gravemente desatendidos presentan lesiones permanentes en las zonas del cerebro que regulan las emociones.
Los experimentos de Pennebaker demostraron que el estado de salud mejora cuando el afectado tiene la posibilidad de comunicar sus experiencias dolorosas a alguien con cuyo interés y comprensión pueda contar. Desgraciadamente los médicos raras veces ponen en práctica este método, ya sea por falta de tiempo, o por miedo a sus propios traumas infantiles reprimidos. El proceso curativo necesita tanto la confrontación con la infancia traumática como el descubrimiento de los numerosos mecanismos de defensa que se tienen que levantar para proteger al niño del dolor insoportable. Esos mecanismos, que ayudaron al niño, ahora dificultan la vida adulta. Y deben ser descubiertos y eliminados. Alice Miller opina que muchas operaciones podrían ser evitadas si se tuvieran en cuenta la infancia y los factores psicológicos. Pone el ejemplo de Isabelle, una mujer de mediana edad que se sometió a numerosas operaciones intestinales, cuando el verdadero motivo de su mal estaba en su infancia y en su traumatizada psique. Cuando Isabelle pudo establecer la relación entre los abusos que sufrió en su infancia y sus males intestinales éstos remitieron.
Muchos terapeutas rehúsan ocuparse de la infancia porque consideran que así el paciente se ve como víctima y no como persona adulta y responsable. Pero es precisamente el conocimiento de la infancia el que le ayuda al paciente a comprender por qué sigue sintiéndose una víctima.
Miller tampoco es muy amiga de los medicamentos, ya que considera que atenúan el interés del paciente por su infancia traumática y dificulta la terapia. En la terapia, el paciente puede ir descubriendo cómo lo programaron de niño para el miedo, la sumisión, la adaptación a las necesidades de los padres y no las propias o el autoengaño y liberarse de toda esa programación. La terapia conductista y otros terapias sólo tienen efectos temporales. En los arrebatos lesivos y autolesivos del paciente el terapeuta puede percibir la realidad de su infancia y mostrársela. Muchas veces cuando arremetemos contra alguien lo estamos haciendo en realidad, mediante una transferencia, contra nuestra madre o nuestro padre. En muchas ocasiones tratamos a alguien exactamente igual a como nuestro padre (o madre) nos trató a nosotros, a causa de la compulsión a la repetición.
Miller tiene muy claro que el recién nacido sólo desea amar y ser amado. El mal no pertenece necesariamente a la naturaleza humana. Pero, cuando el niño es maltratado, sembramos el mal en él. Miller se queja de que poca gente entendió, o quiso entender, su estudio de la infancia de Adolf Hitler. La idea de que el mal estaba en Hitler de forma innata está tan extendida que es difícil de rebatir. Peor lo cierto es que Hitler fue malo porque su padre lo trató mal. O más concretamente, Hitler fue una persona horrible porque su padre lo trató de una manera horrible. Especialmente grave en el caso de Hitler fue que nunca encontró en toda su infancia un "testigo auxiliador", esto es, una persona que le profesara simpatía y le hiciera ver lo injusto de su situación. Hitler interiorizó que las palizas y humillaciones diarias a las que le sometía su padre eran justas y necesarias. Y fue precisamente eso lo que le convirtió en un monstruo. Federico el Grande fue atrozmente tratado por su padres y ya de adulto emprendió una serie de guerras de conquista. El príncipe Vlad, el Empalador, fue violado sistemáticamente en su infancia, y ya de adulto disfrutaba empalando a sus prisioneros. El mal no aparece porque sí. Se siembra en la infancia. Aún hoy, en 23 estados de los Estados Unidos está permitido pegar a los niños en la escuela. Lo cual, aparte de triste, es absurdo, ya que aunque a corto plazo los castigos pueden tener un efecto "positivo", a largo plazo no hacen sino acrecentar las conductas agresivas del niño o del adolescente. En 1997 el Parlamento alemán votó por mayoría de 4/5 partes a favor del derecho de los padres de pegar a sus hijos, ya que, según ellos, era la única forma de que los niños aprendieran determinadas lecciones. Pero un niño apaleado la única lección que aprende es que un hijo no merece ni protección ni respeto.
Según la asociación camerunesa EMIDA, 218 millones de niños africanos son víctimas de palizas. La relación entre este maltrato sistemático y las sangrientas guerras tribales africanas son evidentes.
Pero el maltrato físico hacia los niños no sólo conduce a la violencia hacia los demás, sino también hacia uno mismo, llegando incluso al suicidio.
Miller se queja de la poca conciencia social hacia el problema de los castigos físicos a los niños, ya sea en el hogar o en la escuela. Un ejemplo es la carta que envió al Papa Juan Pablo II para que se pronunciara públicamente en contra de los castigos físicos a los niños, pronunciamiento que no se produjo nunca. Quizás la Iglesia piensa que la educación autoritaria y basada en la obediencia ciega le facilita fieles obedientes y acríticos con los que mantener su poder otros 2000 años.
La falta de una buena relación con la madre en los primeros años de vida, unida a los malos tratos, desencadenan una falta de sensibilidad y bloqueos mentales. Es más, las deficiencias tempranas de comunicación del niño con las personas de referencia provocan deficiencias en el cerebro. Los malos tratos también producen lesiones porque las neuronas de reciente formación se destruyen en los estados de estrés.
Los bloqueos mentales son nuestros "amigos" porque nos protegen del dolor del pasado. Pero, en el fondo, son nuestros enemigos porque nos obsequian con la ceguera emocional y nos impulsan a dañar a los demás y a nosotros mismos. Para no sentir el antiguo miedo del niño apaleado, renunciamos al conocimiento, nos metemos en sectas, votamos a políticos ávidos de poder, creemos en mentiras o pensamos que los niños necesitan palizas.
El objetivo de un terapia efectiva debe ser el conocimiento emocional y cognitivo de la verdad almacenada en el cuerpo, la liberación del mandamiento del silencio y de la idealización de los padres, y la presencia de un testigo conocedor. Poco a poco, los terapeutas se van atreviendo a archivar la neutralidad freudiana y a ser testigos conocedores, esto es, a tomar partido incondicional por el antiguo niño que sus clientes llevan dentro. Un testigo conocedor puede darle al fin al paciente lo que sus padres le habían negado: la confirmación de que sus percepciones eran ciertas, de que la crueldad y la manipulación son lo que son, de que el niño no tiene que obligarse a ver en ellas amor, de que este conocimiento es necesario para ser auténtico y para poder amar, y de que se puede y se debe comer la manzana del árbol de la Ciencia.
Miller se queja de los numerosos "gurús" que publican libros de auto ayuda en los que el alivio de los síntomas reside en el perdón a los padres y la sustitución de emociones negativas por otras positivas. A largo plazo, estos métodos nunca ayudaron a nadie. Los sentimientos no se dejan manipular a largo plazo. Pueden sustraerse a la conciencia cuando se ven oprimidos, pero suelen hacerse visibles mediante alteraciones somáticas.
La educación tradicional puede resumirse en este mandamiento:"no recordarás lo que te hicieron a ti ni lo que tú estás haciendo a los demás". Este mandamiento nos impide desde hace milenios diferenciar el bien del mal, reconocer el sufrimiento que nos infligieron en nuestra infancia y ahorrárselo a nuestros hijos. Las causas y las consecuencias de los malos tratos son siempre idénticas: la renegación de las heridas sufridas en la infancia hace que perjudiquemos a la siguiente generación de la misma manera. A no ser, claro que decidamos admitir este conocimiento. Somos nosotros los que creamos el mal que queremos expulsar de nuestros hijos. Cuando seamos plenamente conscientes de las consecuencias destructivas de la renegación de los traumas infantiles, podremos recuperar la sensibilidad perdida hacia el sufrimiento del niño y liberarnos de la ceguera emocional. Los niños respetados desde pequeños irán por el mundo con las "antenas" puestas y podrán protestar contra la injusticia o la necedad con actos constructivos.


sábado, 16 de julio de 2016

Du sollst nicht merken


Publicada en 1981 en alemán, a día de hoy, en 2016, ningún editor ha tenido a bien publicar una traducción al castellano. Tratándose de una obra fundamental de una pensadora fundamental me parece inexplicable este olvido.¿No tienen interés los psicólogos y psiquiatras españoles en conocer esta obra? Parece ser que no. Así nos va. Tenemos multitud de psicólogos freudianos que no curan a nadie y, lo que es peor, que no quieren aprender a curar. Esta obra esencial, que está dirigida en mayor medida a los terapeutas que a los pacientes, sigue, por lo que respecta a los 500 millones de hispanohablantes, en el cajón del olvido.¿Hasta cuando?

martes, 28 de junio de 2016

El Drama del Niño Dotado y la búsqueda del verdadero Yo


Con este libro publicado en 1979 Alice Miller desencadenaría un cataclismo en las conciencias de millones de personas. No es su obra definitiva, ya que sus ideas irían evolucionando con los años, pero sí un golpe sobre la mesa que haría temblar los cimientos del psicoanálisis.
Miller afirma que no podemos cambiar nuestro pasado ni anular los daños que nos hicieron en nuestra infancia. Pero nosotros sí podemos cambiar, "repararnos", recuperar nuestra identidad perdida. Y podemos hacerlo en la medida en que decidamos observar más de cerca el saber almacenado en nuestro cuerpo sobre lo ocurrido en el pasado y aproximarlo a nuestra conciencia.
La mayoría de la gente hace justo lo contrario. No quieren saber nada de su propia historia, y, por consiguiente, tampoco saben, que en el fondo, se hallan constantemente determinados por ella, porque siguen viviendo en una situación infantil no resuelta y reprimida. No saben que temen peligros que dejaron de existir hace mucho tiempo.
La adaptación del niño a las necesidades de los padres conduce a menudo al desarrollo de la "personalidad como si", o el falso Yo. La persona desarrolla una conducta en la que sólo muestra lo que de ella se desea, y se fusiona totalmente con lo mostrado. El verdadero Yo es incapaz de desarrollarse porque no puede ser vivido. Las necesidades de los padres son lo único que importa, y así el niño es sacrificado y se mata todo lo que de espontáneo y vital había en él. Los padres, al utilizar al niño en vez de amarlo, encuentran en el falso Yo del niño la aprobación que buscaban, la seguridad que les faltaba. El niño, en cambio, desconoce sus verdaderas necesidades y es un extraño para sí mismo. Al niño se le prohibieron todos los sentimientos que causaban desconcierto a sus inseguros padres, como la ira, la rabia o la tristeza, y ahora el niño ya no sabe sentir, su alma fue cruelmente mutilada. El niño reniega de sus más profundos sentimientos porque sabe que le ocasionarían la pérdida del amor de sus padres, y eso para él equivale a la muerte. Porque sus padres no lo quieren a él, sino a su falso Yo, ese niño que se desvive por la felicidad de sus padres, pero que no sabe en qué consiste su propia felicidad.
Una persona adulta sólo puede vivir sus sentimientos si en la infancia tuvo padres que le prestaban atención. Esto es algo que les falta a las personas maltratadas en la infancia y por eso no pueden ser sorprendidos por sus sentimientos, salvo aquellos que autorizaba la censura interior heredada de los padres. La depresión y el vacío interior constituyen el precio que hay que pagar por este control.
"El niño dotado" que da título al libro es ese niño inteligente, despierto, atento, hipersensible, y que, por estar totalmente orientado hacia el bienestar de los padres, es también disponible, utilizable y manipulable, y con su verdadero Yo viviendo en el sótano.
Con los nuevos hijos el drama halla su continuación, ya que los padres cuyos traumas infantiles no han sido resueltos repetirán ciegamente con sus hijos el comportamiento de sus padres con ellos.
Lo que se denomina depresión y se siente como vacío o absurdo existencial, se presenta siempre como la tragedia de la pérdida del Yo o de la extrañación frente a uno mismo, que se inicia en la infancia. Este trastorno puede adoptar dos formas en cierto modo opuestas: la grandeza y la depresión. La persona que sufre de grandiosidad vive para y por la admiración de los demás. Pero si algo falla la depresión está a la vuelta de la esquina. Porque uno está libre de depresiones cuando la autoestima arraiga en la autenticidad de los sentimientos propios, no en la posesión de determinadas cualidades. El colapso de la autoestima en el individuo "grandioso" nos muestra con toda claridad que ésta pendía en el aire, colgada de un globo, y, si bien se elevó muy alto al soplar vientos favorables, de pronto se agujereó y ahora yace en el suelo como un minúsculo guiñapo. Sin terapia, el grandioso no puede renunciar a la trágica ilusión de confundir admiración con amor. Muchos hombres y mujeres pueden desarrollar depresiones al envejecer y no ser ya capaces de conseguir conquistas amorosas, aunque algún enamoramiento ocasional pueda devolverles por un tiempo la ilusión de la juventud e introducir así fases maníacas en la incipiente depresión por envejecimiento. Son las dos caras de la misma moneda: el falso Yo.
La depresión puede entenderse como un síntoma directo de la pérdida del Yo que consiste en la renegación de las propias reacciones afectivas y sensaciones. Esta renegación empezó al servicio de la adaptación necesaria para la vida, por miedo a perder el amor durante la infancia. De ahí que la depresión remita a un trauma muy temprano. Hay niños a los que no se les permitió vivir con libertad sus sentimientos más tempranos, como el descontento, la ira, los dolores o incluso la sensación de hambre. La liberación de ambas formas del trastorno (grandiosidad y depresión) no será posible sin un profundo trabajo de duelo sobre la situación de la infancia. La capacidad de vivir el duelo, es decir, de renunciar a la ilusión de la propia infancia feliz, y de percibir emocionalmente toda la magnitud de las heridas padecidas, devuelve al depresivo su vitalidad, y puede liberar al grandioso de los esfuerzos de su trabajo de Sísifo. Si una persona puede darse cuenta, a través de un largo proceso, de que nunca fue querido por haber sido el niño que fue, sino utilizado por sus rendimientos, éxitos y cualidades, si puede darse cuenta de que sacrificó su infancia por este supuesto amor, dicha constatación le producirá hondas conmociones internas, pero un buen día sentirá el deseo de poner fin a su maniobra publicitaria. Descubrirá en sí mismo la necesidad de vivir su verdadero Yo y no tener que seguir ganándose ese amor, un amor que, en el fondo, lo deja con las manos vacías porque su objeto era ese falso Yo al que él mismo ha empezado a renunciar.
La liberación de la depresión no conduce a un estado de alegría permanente, sino al dinamismo vital, es decir, a la libertad de poder vivir los sentimientos que afloren de manera espontánea, ya sean estos sentimientos positivos (alegría) o negativos (ira, desesperación, aflicción, etc.). Pero esta libertad para dar cabida a los sentimientos resulta inalcanzable si sus raíces fueron cortadas en la infancia. El acceso a nuestro verdadero Yo sólo nos es posible si ya no hace falta temer el mundo afectivo de nuestra infancia. Cuando éste haya sido vivido ya no nos resultará amenazador, sino familiar, y ya no tendrá que continuar oculto tras los muros de la cárcel de la ilusión. Sabremos entonces quién y qué nos "encerró" y precisamente este saber nos liberará de antiguos dolores.
Muchos psiquiatras creen que debería demostrarse al paciente que su desesperanza no es racional. Sin embargo, esta manipulación terapéutica apuntala el falso Yo y la depresión. Muy al contrario, el psiquiatra debería tomar en serio todos los sentimientos del paciente. Porque si el sentimiento en cuestión no es vivido, a causa del proceso disuasivo del terapeuta, la depresión podrá celebrar con tranquilidad sus triunfos.
Muchos padres humillan a sus hijos porque en el fondo siguen siendo niños inseguros que encuentran por fin a un ser más débil ante el que pueden demostrar su fuerza. El adulto ve en su hijo a aquel niño desamparado e impotente que una vez fue, de forma que ya no tendrá que llevarlo en su interior, al escindirlo y situarlo fuera. El desprecio contra este ser más débil se convierte así en la mejor protección contra la irrupción de los propios sentimientos de impotencia. Podemos liberarnos de los dolores no vividos conscientemente delegándolos en nuestros propios hijos.
Muchas personas conservan durante toda su vida un fuerte sentimiento de culpa por no haber satisfecho las expectativas de sus padres. Estas personas no comprenderán por mucho que se les explique que la tarea de un niño no puede consistir en ningún caso en satisfacer las necesidades de sus padres. Mediante la terapia, el paciente debe encontrar en sí mismo sus sentimientos tempranos reprimidos, a fin de vivir conscientemente la manipulación inconsciente y el menosprecio de sus padres, y verse libre de ellos. Es muy ventajoso para la terapia que el paciente pueda llegar a vivir los modelos destructivos de sus padres. Pero para liberarnos completamente de estos modelos necesitamos algo más que la mera inteligencia. Necesitamos el acceso a nuestras emociones. Cuando, gracias a la elaboración emocional de la historia de su infancia, el paciente recupere su dinamismo vital, se habrá alcanzado el verdadero objetivo de la terapia. Si alguien ha vivido conscientemente las manipulaciones y prejuicios que sufrió en su infancia, así como los deseos revanchistas que todo esto dejara en él, será capaz de advertir cualquier manipulación con más rapidez que hasta entonces y tendrá él mismo menos necesidad de manipular. Esta persona no seguirá dándole vueltas al círculo infernal del desprecio. Ya no necesitará machacar a chivos expiatorios, porque sabrá quiénes fueron los que le dañaron tan gravemente: sus padres.
La ira desaparece cuando por fin puede vivirse y considerarse legitimada. Sólo volverá a aparecer si se dan nuevas causas que la provoquen. Sin embargo, el odio injustificado y transferido a personas inocentes es infinito y no puede aplacarse nunca. Mediante SU VERDAD, el niño que fue obligado a adaptarse a las necesidades de sus padres podrá volver a encontrar su verdadero Yo.

martes, 31 de mayo de 2016

Salvar tu vida: la superación del maltrato en la infancia


En esta obra de 2009 Alice Miller se deja de sutilezas y entra directamente a saco desde el mismo título:"Salvar tu vida: la superación del maltrato en la infancia". Ahí queda eso.
La circunstancia probada de que el descubrimiento, gracias a la presencia de un testigo que muestre empatía, del propio sufrimiento en la infancia desencadena la desaparición de los síntomas físicos y psicológicos, como la depresión, nos obliga a buscar una forma de terapia innovadora, puesto que ya no vale la simple negación de la realidad dolorosa, como se venía defendiendo. Al contrario, es la confrontación con esta realidad dolorosa la que posibilitará que nos liberemos del dolor.
Un gran número de las depresiones que padecen los adultos provienen de los sentimientos de culpa inculcados al niño maltratado. El niño ama a sus padres, y si estos lo maltratan será sin duda porque es malo y se lo merece. Este injusto sentimiento de culpa puede acompañarle toda la vida. Sólo LA VERDAD puede salvarnos. Si conocemos la verdad ya no necesitamos mentir a nuestro cuerpo o anestesiarlo con el uso de drogas, de medicamentos, de alcohol, ni con esas teorías freudianas que parecen tan bonitas. Así nos ahorraremos toda la energía que antes habíamos tenido que invertir en huir de nosotros mismos.
Miller analiza a continuación el caso del escritor Anton Chejov. Su padre, un fanático religioso, daba palizas a diario a sus hijos "con el fin de educarlos y hacer de ellos hombres de provecho". Chejov, sin embargo, distorsionaba la realidad por completo cuando se refería a su padre, como en una carta en la escribe:"Padre y madre son personas extraordinarias, tan sólo su infinito amor por los niños merece la más grande de las alabanzas, ya que anula todos sus defectos". Esta traición de su propio conocimiento no constituye una excepción. Son muchas las personas que albergan durante toda su vida similares juicios infundados sobre sus padres, debido a un miedo reprimido que es el miedo del niño pequeño hacia sus padres. Pagan esta traición a sí mismos con depresiones o graves enfermedades, que les llevan, como a Chejov, a una muerte prematura. En casi todos los casos de suicidio es posible determinar que en la infancia se vivieron espantosas experiencias jamás aceptadas o ni siquiera reconocidas como tales. Muchas celebridades dan muestra de ello: Marilyn Monroe, Virginia Woolf, Elvis Presley, Jimi Hendrix, Janis Joplin, etc. La vida (y la muerte) de todos estos iconos demuestra que la depresión no es un sufrimiento provocado por el presente, ya que ellos lo tenían todo, sino un sufrimiento producido por la separación de su propio Yo, al que nunca se le permitió vivir. Es como si el cuerpo, con la ayuda de la depresión, protestase contra esta infidelidad consigo mismo, contra las mentiras y la represión de los verdaderos sentimientos. Para tratar de vivir esos verdaderos sentimientos recurren a las drogas, alcohol, medicamentos, etc.
La mayoría de las personas no pueden soportar pensar que sus padres no los han querido. Se aferran a sus sentimientos de culpa, y prefieren pensar que si sus padres no los trataron con amor fue por culpa de ellos, que fueron niños malos. Con la depresión el cuerpo se rebela contra esta mentira.
¿Qué caracteriza a la depresión? Sobre todo la desesperación, la falta de energía, un gran cansancio, miedo, falta de impulso y de intereses. La depresión es el precio que el adulto paga por renunciar a sí mismo. Siempre ha tenido que preguntarse qué es lo que los otros necesitan de él y, por esa razón, no sólo descuida sus sentimientos y sus necesidades más profundas, sino que ni siquiera es capaz de reconocerlas. Pero el cuerpo sí las reconoce e insiste en que la persona experimente sus sentimientos reales y auténticos y se permita expresarlos. Esto que parece tan elemental no lo es para aquellas personas a quienes sus padres utilizaron cuando eran niños para satisfacer sus propias necesidades.
Cuando realmente puedo sentir lo que me duele o lo que me alegra, lo que me enfada o enfurece y por qué; cuando sé lo que necesito y lo que no deseo de ninguna manera, entonces me conozco lo suficiente para ser capaz de amar mi vida y de encontrarla interesante, con independencia de la edad o de mis circunstancias sociales. Entonces no tendré la necesidad de acabar con mi vida.
El drama de los niños maltratados es que su propio sufrimiento no tiene ningún valor. Han ignorado su dolor e interiorizado de tal manera lo que sus padres ha hecho que, como adultos, sólo pueden sentir compasión por sus padres, pero no son capaces de mostrar empatía con el niño que una vez fueron. Y a esto lo llamamos amor. ¿Pero qué es este amor sino la infinita esperanza de que los padres cambiasen y le dieran finalmente el amor que habían anhelado toda la vida? Esta espera del amor no es amor. Aunque lo llamemos siempre así. Ese "amor" a los padres maltratadores es un vínculo muy destructivo, cuya dinámica debemos comprender para poder liberarnos de sus garras.
Todo recién nacido es inocente. Un niño al que han pegado y maltratado aprende a pegar y a maltratar, mientras que el niño que ha sido cuidado y respetado aprende a respetar y cuidar a los más débiles. El ginecólogo francés Leboyer demostró que los niños que nacen tras un parto sin violencia y son acogidos con cariño no lloran y pueden sonreír incluso cinco minutos después de nacer. Si no se le separa de la madre tras el parto, se desarrolla entre madre e hijo una relación de confianza que tiene efectos positivos durante toda la vida.
El odio es un sentimiento fuerte y vital, un símbolo de que estamos vivos. Por lo tanto, pagamos un precio cuando tratamos de reprimirlo. Porque el odio desea transmitirnos algo, sobre todo desea hablarnos de nuestras heridas, pero también de nosotros, de nuestros valores, y debemos aprender a escucharlo. Si odiamos la falsedad, la hipocresía o la mentira, nos otorgamos el derecho de luchar contra ellas. Si no podemos sentir el odio, porque nos lo han prohibido desde nuestra más tierna infancia, tenemos mutilada nuestra capacidad de sentir.
Alice Miller afirma que detrás de cada asesino en serie o de cada dictador sanguinario se esconde un niño gravemente humillado. En el caso de Hitler, la conciencia individual del pequeño Adolf era estrangulada de forma sistemática por su cruel padre. No podía expresarse, no podía mostrar sus sentimientos. La constante humillación del niño puede llevarlo, muchos años después, a desarrollar una megalomanía que le lleve a vengarse con personas inocentes. El sadismo se convirtió en el Tercer Reich en el principio supremo. Muchas personas lucharon para acaparar los puestos que les permitían torturar a la gente. Esos niños, sádicamente maltratados por sus padres, ahora se vengan con personas inocentes. Los judíos eran calificados de infrahumanos, tal como Hitler era calificado por su padre. La ascendencia judía de su padre (que al parecer era hijo ilegítimo de un comerciante judío y de su criada) pudo llevar al convencimiento a Adolf de que debía exterminar a los judíos, para "matar" así a su padre. Porque mucha gente era antisemita en Alemania en aquella época, pero nadie nunca había pensado que la solución era exterminarlos completamente.
Lutero recomendaba encarecidamente pegar a los hijos "para expulsar el Mal que llevaban dentro desde el nacimiento". No sabía que en lugar de expulsar al demonio estaban esparciendo las semillas del mal en un ser inocente. Hoy en día ya no se alude al demonio, pero se piensa, por ejemplo, que la criminalidad o las enfermedades mentales tienen su origen en los genes. Los genes o el demonio, al final la cosa es hacer creer a los padres que sus hijos llevan el Mal dentro desde el nacimiento. Domina la lógica de la represión. No se trata tanto de encontrar la verdad, sino de evitar que regresen los dolores pasados.
En el caso de los asesinos en serie, si lográsemos ayudar a la víctima a rebelarse ante los actos de sus padres, esto bastaría para eliminar su necesidad de escenificar una y otra vez de forma inconsciente su monstruosa historia.
El maltrato infantil suele ser toda una tradición familiar. Es posible descubrir los mismos patrones de humillación, abandono, abuso de poder y sadismo en varias generaciones de la misma familia. Hoy en día, la mayoría de las personas sigue creyendo en el concepto del Mal para ahorrarse el dolor que provoca saber que muchos padres torturan a sus hijos por un odio inconsciente. Pero esta es la verdad y quien no huya de ella saldrá ganando.
El psicoanálisis dio por hecho desde siempre que el terapeuta debía permanecer neutral. Pero se trata justamente de lo contrario. El terapeuta debe ser parcial, debe estar siempre de parte del niño que fue maltratado e indignarse ante las injusticias que le fueron infligidas. Pero muchas personas no conocen lo que es la indignación cuando comienzan una terapia. Cuentan historias espantosas ante las que no sienten la necesidad de rebelarse, no sólo porque sus sentimientos les resultan ajenos, sino también porque no saben que existe otra clase de padres. La indignación auténtica del terapeuta constituye un importante vehículo en la terapia. Gracias a la franca indignación del terapeuta, el paciente siente que tiene derecho a indignarse igualmente, de forma que se pone en marcha un proceso que anteriormente estaba bloqueado por los consabidos preceptos morales ("honrarás a tu padre y a tu madre").
Los años de nuestra infancia determinan toda nuestra vida y sólo enfrentándonos a esta época traumática podremos conseguir la llave para comprender nuestras depresiones, nuestros ataques de pánico, nuestra presión arterial alta, nuestro insomnio, y también nuestra rabia y deseo de golpear a un bebé que llora. Cuando seamos conscientes de lo que realmente sucedió en nuestra infancia, empezaremos a comprender nuestro sufrimiento y, al mismo tiempo, nuestros síntomas se irán reduciendo poco a poco. Nuestro organismo ya no los necesitará, porque habremos asumido la responsabilidad sobre el niño que antes sufría. Dándole la mano al niño que fuimos conseguiremos que se desarrolle en su alma una sensación emocional nueva que le permitirá ver que el mundo no es ya ese lugar lleno de peligros. Los medicamentos antidepresivos nos protegen de los recuerdos de una infancia espantosa. Pero estos medicamentos anulan nuestras verdaderas emociones, de tal manera que nos impiden expresar indignación por el maltrato sufrido. Y esto es justamente lo que desencadena la depresión. Con lo cual, los antidepresivos, esos medicamentos defendidos por tantos psiquiatras como la panacea para sus pacientes, no sólo no curan la enfermedad, sino que la agudizan. En lugar de recetarnos medicamentos, el terapeuta debe ser ese testigo cómplice que nos permita encontrar nuestras emociones y finalmente vivir con nuestra verdad.
Muchos terapeutas conductistas para luchar contra los síntomas de sus pacientes sin buscar lo que estos significan ni sus orígenes, afirmando que no es posible localizarlos, lo que no es verdad. Cuando alguien ha experimentado y reconocido durante la terapia el miedo y la rabia hacia los padres, aprende a conocerse mejor, y ya no se sentirá forzado a descargar su rabia contra chivos expiatorios, generalmente los propios hijos. En muchos casos será necesario dejar de querer a los padres, porque una persona que finalmente es capaz de comprender al niño que fue no puede querer al torturador que lo maltrató sin engañarse a sí mismo. Tratar de comprender y de disculpar a los padres no es sino una forma de volver a la dependencia infantil que tanto daño nos hizo. Cuando alguien aprende a quererse a sí mismo no puede querer a su verdugo. Cuando somos capaces de sentir cómo nos hizo sufrir el comportamiento de nuestros padres, la empatía con los padres desaparece y entonces la empatía se dirige al niño que fuimos.
La "terapia reveladora" es aquella que, despertando sentimientos y sueños, ayuda al cliente a conocer la dolorosa historia de la infancia que ha reprimido, de tal manera que ya no sienta miedo por los peligros que durante su niñez constituían una amenaza real, pero que hoy ya no lo amenazan. Los clientes ya no necesitan temer a su inconsciente ni reproducir lo que les sucedió en su infancia, porque ahora saben lo que pasó y pueden reaccionar, con rabia y dolor, a aquellas circunstancias en presencia del terapeuta, que actúa como un testigo capaz de comprender. A partir de entonces dejarán de tratarse cruelmente, de culparse, de destruirse con adicciones de todo tipo, porque serán capaces de sentir empatía por el niño que tanto sufrió por causa de sus padres. Si aparecen peligros que lo amenazan, el adulto estará ahora mejor preparado para enfrentarse a ellos, porque es capaz de comprender y clasificar sus antiguos miedos.
Miller opina que no es necesario ni conveniente tratar de confrontar la verdad con nuestros padres. Así además se evitan conflictos con los hermanos, que quizás no estén dispuestos a afrontar la verdad y se pongan de parte de los padres. Es doloroso, pero tenemos que aceptar que nuestros hermanos no quieran ser "testigos con conocimiento".
Una terapia eficaz se compondría de cuatro puntos esenciales:
1. El terapeuta debe estar incondicionalmente de parte del niño maltratado. Esto permitirá al cliente acceder a sus sentimientos.
2. Los problemas actuales, que nos permiten experimentar emociones intensas, también nos permiten descubrir la realidad del niño.
3. A través de esta interacción entre el presente y el pasado comenzaremos a conocer nuestra propia historia y nuestra propia identidad, un conocimiento que nos proporcionará una seguridad desconocida hasta entonces.
4. Cuando hayamos desarrollado nuestra capacidad de comunicación con los antiguos sentimientos y los factores desencadenantes se empleen de forma productiva, la presencia del terapeuta resultará superflua.
Muchos nos aconsejarán que "pasemos página", que olvidemos y perdonemos. Sin duda es muy bonito decirle al odio que desaparezca y no vuelva más. Pero no funciona así. La rabia no se deja manipular. Nuestro cuerpo no puede pasar página. Podemos tratar de reprimir nuestra ira, pero las consecuencias serán enfermedades, adicciones o crímenes.
Miller dedica la última parte de su libro a contestar cartas de los lectores y a una serie de entrevistas, de las que reproduciré algunos fragmentos:
"Querida amiga, espero que consiga hacer lo que tendría que haber hecho su madre: descubrir a esa maravillosa niña lista, despierta, con ganas de vivir que era usted y alegrarse de tenerla. Durante mucho tiempo, demasiado tiempo, se ha tratado usted como su madre la trató. No me sorprende que no soporte su cercanía. Su rabia, que ojalá llegue algún día, estará completamente justificada".
"¿Es que el padre tiene que decir algo más que "te voy a matar" para que la hija considere que la está maltratando?"
"El terapeuta debe ponerse siempre de parte del niño. El terapeuta no debería decir que os padres estaban trastornados, pero que sus intenciones eran siempre buenas, porque entonces se está poniendo de parte de los padres. No podemos aprender a sentir, no podemos experimentar la rabia, si intentamos comprender y defender a las personas que nos han hecho daño. No podemos hacer ambas cosas al mismo tiempo. Si el niño piensa que aquellos padres, que lo trataron con tanta crueldad, tenían buena intención, entonces no podrá sentir el dolor ni la rabia y seguirá confundido".
"El dolor encierra el camino a la verdad. Si rehusamos aceptar que no nos quisieron siendo niños, nos ahorramos mucho dolor, pero bloqueamos el camino que nos lleva a la verdad."
"Cuando logré experimentar el dolor de mi infancia por primera vez, recuperé mi vitalidad. La depresión es el precio que pagamos por reprimir nuestros sentimientos".
"Los sentimientos y la empatía con nosotros mismos son esenciales, pues nos permiten orientarnos en el mundo.¿No es ya bastante grave que nos arrebaten nuestra capacidad de sentir, nuestra brújula para la vida, con palizas y humillaciones? Cuando, a pesar de todo, los así llamados expertos defiendan esta perversión como única solución y prediquen que debemos mostrar valor ante la disciplina, debemos desenmascararlos y mostrarlos como lo que son: ciegos que guían a ciegos".
"Creo que el dolor más terrible, el que debemos experimentar para ser más fuertes emocionalmente, consiste en asimilar que no fuimos queridos cuando más lo necesitábamos. Es fácil decirlo, pero es extraordinariamente difícil experimentar este dolor, aceptar los hechos y renunciar a la esperanza de que un día mis padres puedan cambiar y llegar a quererme. Al contrario de los niños, los adultos pueden liberarse de esta ilusión, por el bien de su salud y de sus hijos."
"Podemos permitirnos ser conscientes de que, por la razón que fuese, nuestros padres no podían querernos si nos convertían tan a menudo en víctimas, sin preocuparse por nuestros sentimientos, de nuestro dolor, o de nuestro futuro. Ser conscientes de esta circunstancia nos ayudará a liberarnos de nuestros destructivos sentimientos de culpa."


domingo, 22 de mayo de 2016

El saber proscrito


En 1988 Alice Miller nos regalaría "El saber proscrito", un compendio de toda su sabiduría. Ya en el mismo prólogo, Miller nos sorprende con una aterradora afirmación: los padres que nunca se sintieron amados, que chocaron, al venir al mundo, contra la frialdad, la insensibilidad, la indiferencia y la ceguera, y cuya infancia y juventud transcurrieron por entero en esa atmósfera, no son capaces de dar amor.
A continuación nos informa de algo de lo que yo mismo puedo dar fe:"gentes de diversos países me comunican una y otra vez, con gran alivio, que tras la lectura de El Drama del Niño Dotado han sentido por primera vez en sus vidas algo parecido a compasión hacia el niño maltratado o incluso apaleado que fueron un día. Me dicen que ahora se respetan a sí mismos más que antes y son capaces de percibir mejor y con más exactitud sus necesidades y sus sentimientos".
La represión del propio sufrimiento destruye nuestra sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno. Mientras no seamos conscientes del terror que nos impusieron nuestros padres, no podremos ser conscientes a su vez del sufrimiento que infligimos a nuestros hijos. Pero Miller se atreve, ahora sí, a hacer algo que no hizo en sus primeros libros: dejar claro que el maltratador es culpable. El haber recibido palizas en la infancia no nos exime de la culpa si repetimos esas palizas en nuestros hijos. El miedo a culpabilizar a los padres refuerza el status quo y asegura la ignorancia y la perpetuación de los malos tratos a los niños. También los asesinos actúan impulsados por un imperativo interior surgido en su infancia, pero no por ello decimos que no son culpables. Lo mismo podemos decir de los padres que han maltratado a sus hijos.
El encuentro con la historia personal de uno mismo no sólo elimina la ceguera que hasta el momento padecía el niño que hay en el adulto, sino que además reduce el bloqueo mental y emocional en su conjunto.
El niño amado recibe el regalo del amor y con él también el del saber y la inocencia. Es un regalo que le ayudará a orientarse toda la vida. Al niño maltratado le falta todo porque le falta el amor. No sabe lo que es el amor, confunde constantemente maldad con bondad y mentira con verdad. Por eso volverá a dejarse arrastrar a la confusión una y otra vez.
La teoría de los instintos de Freud o la teoría del lactante cruel de Melanie Klein coinciden con las creencias pedagógicas tradicionales. Pero la verdad es que el niño sólo aprende a ser cruel si padece la crueldad en su propia carne y se ve forzado a reprimir sus sufrimientos. En un principio, Freud había descubierto que todos sus pacientes habían sido niños maltratados y que los síntomas de sus trastornos eran el lenguaje en el que explicaban su historia. En 1896, tras comunicar sus hallazgos a la comunidad científica, se vio completamente aislado. En 1897, Freud traicionó a sus pacientes, y se traicionó a sí mismo, calificando sus relatos de abusos sexuales como meras fantasías que había que atribuir a sus tempranos deseos instintivos. Los dogmas de Freud encajan a la perfección con la creencia de que el niño es malo y pérfido por naturaleza y, para llegar a ser bueno, debe ser educado por los adultos. Esa perfecta concordancia con la pedagogía confirió a su vez al psicoanálisis un gran prestigio en la sociedad, y la falsedad de sus dogmas ha permanecido largo tiempo encubierta. A ese dogma freudiano hay que atribuirle el que haya personas que trabajen treinta o cuarenta años con niños maltratados o adultos que lo fueron sin percibir en absoluto los hechos, de modo que los pacientes no tienen acceso a su propia verdad. El psicoanálisis freudiano somete con frecuencia a los pacientes a un prolongado tratamiento que consolida la antigua culpabilización del niño, lo cual apenas puede producir otra cosa que depresiones. La manera más eficaz para escapar a esas depresiones es tomar la decisión de convertirse uno mismo en psicoanalista, eso sí, a costa de la salud de los pacientes. El psicoanálisis afirma que los padres siempre son inocentes, lo que impide cualquier posibilidad de cambio o curación. Los pacientes se sientan en el diván 4 veces por semana , cuentan lo que se les ocurre y esperan el milagro que nunca se produce. Porque lo único que produciría el milagro sería la verdad, y la verdad está proscrita. Freud escribe que es inverosímil la existencia de tantos padres perversos, y por ello califica de fantasías los relatos de sus pacientes.
Miller confiesa que en su propia terapia sólo pudo avanzar cuando pudo poner en cuestión su supuesta culpa: "Sólo pude darme cuenta de lo que había ocurrido cuando logré sentir que si mis padres no me habían tenido en consideración, ni tomado en serio, ni percibido, no había sido por culpa mía. Comprendí que no era mi tarea enseñarles a sentirse responsables, que yo, siendo aún una lactante, no había tenido en mis manos el hacer de mis padres personas capaces de amar". "Deseaba fervientemente -añade- que el psicoanálisis tuviera razón, porque no quería perder la ilusión de haber tenido unos padres que me amaban. Con el tiempo concebí lo absurdo de la creencia (freudiana) de que los niños se inventan traumas". Muchos niños consiguen sobrevivir gracias a la represión de las torturas sufridas, porque si las vivieran conscientemente morirían de pena. Pero el adulto sí puede y debe vivir conscientemente esas torturas sufridas en la infancia, para superar de una vez la represión y vivir el duelo, con lo que conseguirá la sanación.
Miller es crítica con el movimiento feminista porque éste reduce el maltrato a la crueldad y brutalidad de los hombres. Pero mientras se siga ocultando la verdad acerca de la madre que consintió los malos tratos, que no protegió a su hija y pasó por alto sus sufrimientos, no se percibirá, no se considerará verdadera la plena realidad de la infancia. Si se defiende a las madres como víctimas inocentes, la paciente no podrá descubrir que, de haber tenido una madre amante, protectora y valiente, su padre jamás podría haberla maltratado. La niña a quien su madre haya enseñado que es digna de ser protegida sabrá hallar amparo también en personas desconocidas y será capaz de defenderse por sí misma. Si ha aprendido lo que es el amor, no caerá en la trampa de un amor fingido.
En la sociedad actual todavía se busca la corresponsabilidad del niño. Por eso sólo se habla de malos tratos en casos de extrema brutalidad, y aún así con reservas, y se duda o se niega por completo la existencia de un amplio espectro de malos tratos psíquicos. Miller da como ejemplo el del hijo del genocida nazi Hans Frank, que condenó públicamente y sin paliativos a su padre. El hijo de Frank recibió entonces terribles críticas de numerosa gente que consideraba que un hijo debe siempre perdonar y comprender a su padre, fuera como fuese. El incumplir el cuarto mandamiento ("honrarás a tus padres") del hijo pareció más grave a los ojos de mucha gente que los crímenes genocidas del padre. A menudo los reproches a los padres están asociados a temores mortales, porque para un niño pequeño la pérdida de sus padres representa un peligro de muerte real. El adulto, para el que ya no representa ningún peligro de muerte la pérdida de los padres, conserva sin embargo ese miedo reprimido durante toda su vida.
Los malos tratos a niños son un delito grave, y las legislaciones de los países deberían reflejarlo así. Desgraciadamente, en muchos casos esto no es así. Quien no es capaz de condenar inequívocamente lo malvado y lo perverso se verá sometido al imperativo de repetir ciegamente a su vez lo que vivió en su propia carne. Casi todos los centros oficiales de asistencia a niños maltratados trabajan bajo el desorientador lema de "ayudar, no condenar".¡Pero claro que hay que condenar! Sin esa condena inequívoca y sin paliativos los padres seguirán repitiendo en sus hijos lo que recibieron ellos en su infancia. Muchas escuelas de padres ofrecen inútiles ejercicios de autocontrol y desorientadoras afirmaciones de los terapeutas en el sentido de que comprenden los abusos y nunca los condenan. esta posición es errónea porque respalda la actitud ofuscada de los culpables.
El uso generalizado de la circunsición muestra con qué naturalidad se practica en muchas culturas la mutilación de los órganos sexuales de los niños. A pesar de que se ha demostrado científicamente que la circuncisión no produce ningún beneficio al niño y que, al contrario, representa un serio trauma, se sigue realizando alegando motivos religiosos o falsos y totalmente rebatidos motivos de salud. Se calcula que hay más de 70 millones de mujeres que sufrieron en su infancia la amputación del clítoris. Esta monstruosa crueldad sigue siendo defendida por millones de madres.
Las tendencias destructivas y autodestructivas no se pueden eliminar ni con ayuda de la educación ni mediante la terapia tradicional. Ni muchos menos con medicamentos que aturdan nuestra sensibilidad. La vivencia de acontecimientos reprimidos sí puede conducir a la superación de los síntomas. Pero no es suficiente con revivir los antiguos traumas. El terapeuta debe además ponerse incondicionalmente del lado del niño maltratado. Muchas terapias primarias fracasan porque, a pesar de poder revivir los traumas infantiles, el paciente no siente ese apoyo incondicional por parte de su terapeuta, que acaba, trágicamente, justificando a los padres y abandonando al niño. Nuevamente la falacia de que sólo se pueden superar los síntomas si se perdona a los padres. Esa indulgencia hacia los padres debe ser rechazada porque obstaculiza el éxito de cualquier terapia. El paciente está condenado a la enfermedad sólo para que sus padres se sientan bien. dado que ellos también tuvieron que perdonar en su día, a los padres les parece natural que sus hijos se lo perdonen todo. Los padres consideran eso un derecho suyo y los hijos se sienten culpables cuando sienten resentimiento hacia sus padres. Los terapeutas, imbuidos de esta moral tradicional, han traicionado a sus pacientes durante décadas, y muchos lo sigue haciendo hoy día. Miller cita el caso de un hombre que en una terapia primaria perdonó todo a su padre, un sádico, y dos años más tarde mató a un hombre inocente sin motivo aparente. La exigencia moral de reconciliación con los padres representa un bloqueo del proceso terapéutico. Los psicoanalistas suelen hacer a sus pacientes afirmaciones falaces del tipo:"el odio no le hace a usted ningún bien, le envenena la vida y prolonga la dependencia de sus padres". está comprobado que no es cierto que a una persona no puedan atormentarla traumas muy lejanos en el tiempo. El olvido ayuda al niño a sobrevivir, pero no al paciente adulto a superar sus sufrimientos. Uno, en verdad, se cura cuando, libre de sentimientos de culpabilidad, deja de exonerar a los auténticos culpables, cuando uno se atreve a ver y sentir por fin lo que estos hicieron.
Miller opina que en la "proyección", o sea, en la capacidad del ser humano de proyectar sentimientos tempranamente reprimidos sobre posteriores personas de referencia, se esconde un gran potencial terapéutico. Pues generalmente los recuerdos han sucumbido a la amnesia, por lo que la historia real debe revelarse por medio de la actitud del paciente para con las personas de referencia actuales. El paciente puede aprovechar sus sentimientos proyectados para profundizar en su conocimiento de sí mismo, y no tiene por qué avergonzarse de ellos.
La terapia más efectiva sería aquella que buscara, con la ayuda de un testigo cómplice, el conocimiento de las heridas sufridas en la infancia. Esto se logra mediante la vivencia de los dolores primarios y mediante la supresión de las latentes reacciones destructivas y autodestructivas. Si la terapia tiene éxito el premio será poder vivir y articular sentimientos, poner en cuestión y rechazar abusos y acusaciones, y detectar las propias necesidades y buscar la forma de satisfacerlas.
Miller rechaza de plano el psicoanálisis y el método de la libre asociación de ideas. Este método, calificado también de regla fundamental, refuerza el rechazo intelectual hacia los sentimientos y la realidad, pues mientras se sea capaz de hablar acerca de los sentimientos, es imposible sentirlos de verdad. Y mientras eso ocurra, el bloqueo autodestructivo seguirá en pie. El paciente no posee sentimientos, no los nota, lo único que siente es compasión hacia los causantes de sus sufrimientos. Pues uno no puede sentir el dolor y al mismo tiempo comprender los motivos por los que se le causó ese dolor. Miller confiesa que necesito años para superar esa actitud "de comprensión". En su opinión, Freud creó, con su método, un sistema de autoengaño que funciona eficazmente al servicio de la represión. Frente al engaño del psicoanálisis, el objetivo de una verdadera terapia es hacer hablar y sentir al niño que hay en nosotros y que un día enmudeció. Poco a poco se ha de revocar la proscripción que pesa sobre su saber, y en el curso de ese proceso, al hacerse visibles los tormentos sufridos en el pasado y las rejas de la cárcel en la que aún se halla, el paciente ha de descubrir, a un tiempo, su propio Yo y su sepultada capacidad de amar.